Alan Pinos (30 años) parecía más sorprendido por la cola en el bazar que por el apagón general. Unas cuantas personas aguardaban para pagar las velas y las pilas que quedaban, lo mismo que buscaba él, que, junto a dos compañeros de trabajo, se había decidido a comprarlas tras más de una hora aburrido y a oscuras en la oficina. “Hoy nos hemos dedicado a esperar”, decía, sin saber que a apenas medio kilómetro centenares de personas agolpadas a las puertas de la estación de Sants practicaban el mismo deporte del lunes al sol. Él, como muchos otros, se lo tomaba con sorna: “Soy de Cuba, tengo experiencia en esto”.. Seguir leyendo
La de este lunes fue una jornada para para tener paciencia. Muchos ciudadanos se apañaron ante el apagón masivo


Alan Pinos (30 años) parecía más sorprendido por la cola en el bazar que por el apagón general. Unas cuantas personas aguardaban para pagar las velas y las pilas que quedaban, lo mismo que buscaba él, que, junto a dos compañeros de trabajo, se había decidido a comprarlas tras más de una hora aburrido y a oscuras en la oficina. “Hoy nos hemos dedicado a esperar”, decía, sin saber que a apenas medio kilómetro centenares de personas agolpadas a las puertas de la estación de Sants practicaban el mismo deporte del lunes al sol. Él, como muchos otros, se lo tomaba con sorna: “Soy de Cuba, tengo experiencia en esto”.
La de ayer fue una jornada para eso, para tener paciencia. Aunque dos trabajadores de la compañía de una compañía de alquiler de coches sí reconocían haber visto a algún desesperado mientras conversaban tranquilamente apoyados en dos coches acabados de limpiar. Como una mujer que les pagaba en efectivo si le alquilaban un coche para ir a Madrid a ver a sus hijos, cosa imposible porque ni funcionaba el datáfono ni nada que necesitara electricidad o internet. Esa madre no tenía nada que ver con la argentina Silvia Aisa, que esperaba con toda la paciencia del mundo en la estación de Sants para ver si alguien informaba de algo y podía tomar un tren de vuelta en algún momento, después de que el suyo, que tenía que salir a las 13.05, con ella ya preparada, no lo lograra.
La pasividad de Aisa contrastaba con la determinación de Aitor Aragón. Había llegado a Barcelona para dar una charla en el Colegio de Arquitectos por la mañana y a las 13.30 tenía que tomar el tren de regreso. Ante el percal se fue hacia un hotel e hizo cola para hacerse con una habitación. “Si hay tren vuelvo, pero de momento ya tengo donde dormir. Cuando he visto que esto iba para largo, es lo primero que he hecho, porque dentro de una hora a saber qué iba a pasar”, explicaba pasadas las cuatro de la tarde. De equipaje llevaba una maleta y una bolsa del Mercadona. “He comprado tortilla de patatas, pan, algo de fruta y ya está. Lo mínimo para comer”, decía, contento de haberse asegurado una cama para descansar.

Tanto el súper de al lado del hotel como el establecimiento hotelero funcionaban a la perfección gracias a los generadores que les suministraban electricidad. Pero entre algún trabajador se reconocían nervios, ya que dadas las circunstancias se estaban vendiendo habitaciones sin agua ni electricidad y no tenían claro si podían seguir haciéndolo. De hecho, acababan de enviar a una cuadrilla a comprar 6.000 litros de combustible para su minicentral eléctrica “para aguantar unas pocas horas más” porque temían que en una hora lo agotaran y se quedaran sin electricidad.
A las 16.30, no muy lejos, Laia Baniandres despedía a los últimos niños del colegio que ayer tenía a su cargo. Un día complejo. Un grupo de alumnos había ido a Sant Andreu al teatro y no tuvieron noticias de ellos hasta el final de la jornada, cuando llegaron. En su mano, a las puertas del cole, la jefa de estudios agarraba un pequeño transistor, comprado para la ocasión. “Los niños han hecho preguntas muy lógicas y se ha comprobado que como sociedad no estamos preparados para esto”, decía, sin respuesta para la pregunta de qué pasaría al día siguiente si el apagón persistía: “Pues pedimos a los padres sentido común: si tú no vas a trabajar, piensa si el niño ha de venir”. Un poco de luz.
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Sobre la firma

Es integrante de la redacción de EL PAÍS en Barcelona, donde ha desempeñado diferentes roles durante más de diez años. Licenciado en Periodismo por la Universidad Ramon Llull, ha cursado el programa de desarrollo directivo del IESE y ha pasado por las redacciones de ‘Ara’, ‘Público’, ‘El Mundo’ y ‘Expansión’.
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