El ama de casa suaba, símbolo del carácter ahorrativo que se atribuye a los alemanes, ha pasado a mejor vida. No era una persona real, sino un arquetipo, la figura que concentraba todas las virtudes frugales y previsoras que permitieron hacer de este país uno de los más prósperos del planeta. Pero muchos la consideran ahora muerta y enterrada, vistos los acontecimientos de las últimas semanas y los planes del democristiano Friedrich Merz, que el 6 de mayo debe ser investido canciller.. Seguir leyendo
El ama de casa suaba, símbolo del carácter ahorrativo que se atribuye a los alemanes, ha pasado a mejor vida. No era una persona real, sino un arquetipo, la figura que concentraba todas las virtudes frugales y previsoras que permitieron hacer de este país uno de los más prósperos del planeta. Pero muchos la consideran ahora muerta y enterrada, vistos los acontecimientos de las últimas semanas y los planes del democristiano Friedrich Merz, que el 6 de mayo debe ser investido canciller.
Alemania, después de años de obsesión con el déficit cero y promesas de fuego eterno para los manirrotos, ha relajado las estrictas normas contra el endeudamiento y ha aprobado un plan de inversiones que puede alcanzar hasta el billón de euros. El ahorro y las cuentas equilibradas han dejado de verse como virtudes, y se las considera más bien como las causantes de los males de la economía, estancada desde hace un lustro.
“Esta semana tuvo lugar un funeral en Berlín”, proclamó a finales de marzo el Süddeutsche Zeitung, al aprobarse el plan en el Bundestag. Y añadía: “No sonó ni una campana por la fallecida”.
En Suabia, región histórica que coincide en parte con el land de Baden-Wurtemberg, en el suroeste de Alemania, siempre han tenido fama de ahorradores. “Ahorradores, pero no tacaños”, precisa el historiador local Gerhard Raff. La canciller Angela Merkel dijo en 2008 que, si los bancos hubiesen tomado ejemplo del ama de casa suaba, las cosas habrían sido distintas en la crisis financiera.
Si a Francia le gustaba verse en el espejo de Astérix y su resistencia indómita ante los romanos, Alemania había encontrado su emblema: la figura idealizada, y algo anticuada, de la señora suaba que gestiona el hogar y la familia sin gastar un céntimo más del que ingresa.
Era los años en los que Berlín aleccionaba a los países del sur de Europa y les imponía una austeridad dolorosa. Merkel no era suaba. Creció en la extinta Alemania Oriental bajo otros rigorismos: el comunista del régimen y el protestante de su padre, pastor. Pero conectó con una convicción arraigada entre una parte de los alemanes, cuando en un discurso en Stuttgart, capital de Baden-Wurtemberg, dijo a propósito del reciente cataclismo bancario: “Habría bastado con preguntarle a un ama de casa suaba. Nos habría dado una lección de vida tan breve como cierta, y es que uno no puede vivir a largo plazo por encima de sus posibilidades”.
El historiador Raff, columnista desde hace 52 años del Stuttgarter Zeitung y autor de libros de éxito sobre historia de Suabia escritos en dialecto suabo, explica: “En este pobre país de montañas no teníamos tesoros en el subsuelo, ni riquezas naturales, ni recaudábamos aranceles, y la gente estaba obligada ser muy ahorradora”. Los hijos, cuenta desde Stuttgart, emigraban a América o a Rusia. Los que quedaban no tenían otra opción que aguzar el ingenio. De ahí que de Suabia acabaran saliendo empresas de renombre mundial como Mercedes o Bosch.
“El suabo no es tacaño: cuando tiene invitados, lo da todo”, explicaba hace unas semanas, en una taberna a la salida de una fábrica de Mercedes en las afueras de Stuttgart, el sindicalista Michael Clauss. “El ama de casa suaba planifica. ¿Dónde y qué y cuándo podré comprar más barato?”
El éxito de la figura del ama de casa de suaba se basa en la analogía, según la cual la economía de un país debe gestionarse como la economía de un hogar. Pero es una analogía imprecisa.
Un país averiado
“Un ama de casa envejece, debe guardar dinero para su jubilación. Si quiere evitar que los hijos y nietos hereden deudas y, en cambio, espera que reciban un pequeño patrimonio, mientras vive no puede gastar más de lo que ingresa”, escribía el Süddeutsche Zeitung en su obituario de la imaginaria mujer. “Un Estado funciona de otra manera. Está diseñado para durar eternamente. ¿Y de qué sirve que un Estado deje menos deudas a las futuras generaciones si estas vivirán en un país averiado, con vías férreas ruinosas, puentes que se caen y escuelas que se derrumban por el exceso de ahorro?”
Pero la realidad pareció dar la razón a la analogía durante un tiempo. Eran los años de bonanza, en la década pasada. El Parlamento reformó la Ley fundamental para limitar severamente al endeudamiento. En 2014 adoptó un presupuesto sin déficit, el famoso schwarze null, o cero negro. Aquello parecía el fin de la historia, el triunfo del ama de casa suaba con superpoderes.
Lukas Haffert, profesor en la Universidad de Ginebra, publicó por entonces el ensayo Die schwarze Null. Über die Schattenseiten ausgeglichener Haushalte (El cero negro. Sobre las sombras de los presupuestos equilibrados). Ya advertía en sus páginas de los riesgos del dogma de la austeridad, que pocos cuestionaban en Alemania.
“En el contexto de la crisis del euro, esto permitió a los alemanes sentirse bien, les permitió decir ‘nosotros hacemos bien las cosas’ y moralizar la política presupuestaria”, dice Haffert. Y recuerda el momento político. Merkel había cuestionado algunos fundamentos ideológicos su partido, el democristiano, con asuntos como el abandono de la energía nuclear y la apertura a la inmigración. Necesitaba compensar. “La imagen del ama de casa suaba no solo remitía a finanzas públicas conservadoras, sino también a una política de familia conservadora”, analiza el economista y politólogo. “Era el último símbolo conservador que quedaba.”
Todo ha cambiado. En sus memorias, publicadas el pasado noviembre, la propia Merkel reniega del concepto. Admite, en alusión al discurso de 2008, que “estas palabras fueron tan provincianas como gratuitas, mientras cientos de miles de personas estaban preocupadas por perder su empleo”.
La pandemia, que llevó a Alemania a abrir las compuertas del gasto, fue en realidad el primer golpe al ama de casa suaba. Donald Trump ha sido el segundo y quizá el definitivo. Su regreso a la Casa Blanca actúa como un electrochoque para Alemania. La amenaza de Trump ha sido clave para que un conservador como Merz, hasta hace unos meses apóstol del ama de casa suaba, decidiese en marzo, tras ganar las elecciones, reformar el freno constitucional a la deuda. Ahora Alemania podrá invertir para rearmarse ante la amenaza de Rusia y reparar las maltrechas infraestructuras.
Para algunos, sin embargo, las noticias de la muerte del ama de casa suaba son algo exageradas, como decía Mark Twain de su propia muerte al leer su epitafio. “El freno a la deuda todavía no está destruido. Está debilitado, pero no muerto”, advierte el economista Lars P. Feld, director del Instituto Walter Eucken, y asesor durante la última legislatura del ministro de Finanzas liberal, Christian Lindner. “Ahora bien, son claramente mayores las posibilidades de endeudarse más a escala federal”.
La incógnita es si el endeudamiento masivo de la coalición de Merz con los socialdemócratas es un mero paréntesis. O si, al contrario, representa un cambio cultural, el fin de una mentalidad ahorradora y una alergia a la deuda que tiene sus raíces en la República de Weimar, el prólogo al ascenso de Hitler al poder.
“Estoy convencido de que la predisposición cultural de los alemanes no ha cambiado”, sostiene Feld. “Sigue habiendo una actitud crítica ante el endeudamiento”. El ama de casa suaba, aunque sea en las mentalidades, sobrevive.